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jueves, 7 de febrero de 2008

La Señora Noche

 

Amarillo es el suelo en que me nutro,
fin de un mar sumergido bajo el polvo,
donde crezco en los días que se pierden
sin sentir las palabras de los otros.

Presta la noche invade mi desierto
para templar la vida en sus pisadas
hacia el cerco dorado donde moro.

La reciben los pájaros obscuros
que gustan esconderse entre la sombra
para trinar dr amores y tristezas.

Sus alas encaminan a la noche,
antigua paridora de los sueños,
hasta la viva calle y las canción.

Bulle en su gran poder y se enardece
ante la fría luz del bulevar,
sumidero de coches e individuos.

Hay hombres que festejan su venida,
y oficiosos la adulan como siempre,
desde el calor sin alma y la embriaguez.

Pero la suave noche les rehúye,
y perdiéndose explora la basura
y el grafiti común en las esquinas.

Por allí se la ve, glotona y quieta,
ya sin cubrir el último horizonte
que ruge con la carga del crepúsculo.

Siempre insaciable busca más, más cosas
con cautela: las casas y los techos;
los charcos, las aceras y los muros.

En las casas se nutre del silencio
de los niños, también del pantanoso
placer de los amantes intrincados.

La noche con los perros juega, sigue
sus cacerías nulas y después,
los entrega a la cópula o a la liza.

Los barrios son pequeños para el hambre
que aun la devora a ella, que va a más;
mantiene lo que es suyo, y coge más.

Huele en el viento un vaho de licor
que llega de los límites perdidos
de la ciudad que sueña junto al mar.

Borrachos la saludan cuando llega
a unirse a su cantar en la intemperie
con sus trémulos vasos y alegrías.

La poderosa noche cuerdamente
considera al tropel de los que entonan,
y poco a poco sorbe lo que dejan.

Los consumidos muros va lamiendo,
y aun remata a un pobre que bebía
para el olvido escaso en estas calles.

Se detiene a las puertas de los bares
y sangra a los que salen de sus risas;
así se tonifica de los otros.

La noche tumbos da borracha, encima
de los techos que cuidan de los suyos
durmiendo hasta el sonoro amanecer.

De las tabernas parte juguetona,
a dormitar allá, sobre los parques
que la guardan con luna y con silencio.

Del eucalipto surgen los paisajes;
y más de sus raíces la existencia;
y más aún de sus follajes el sonido.

De lo oculto se oye la caricia,
aborrecidas ropas que desertan,
arbustos entre carnes y entre dientes.

La sorpresa despierta a nuestra noche
al sentir el amor de una mujer
con un joven en polvo y en amnesia.
 

2/08/87