El verso suena a veces
con un ritmo de besos numerados,
roces de claridad a sus amados,
los lectores benévolos o jueces
del canto escultural.
Que entre signos y vísceras vivimos.
Vive el amor la música acentual,
vive el hombre la física del sueño
y el aire los azules monorrimos.
El poema modélico del mundo
hila un cuadro risueño
de actos que se conjugan en racimos.
Gustamos mensurar el sur profundo,
cantamos al helar del blanco norte,
y alzamos entre oriente y occidente
una cesura gris de frases vagas.
Forjemos cada verso en pianoforte:
que bese como cuerpo o como mente;
que invoque sanidad o inflija llagas;
que de lo tierno salte a la pasión.
Nacida la canción
tiene la forma oscura de las sagas
que cuentan las desdichas de la noche
tales de amor, de olvido y de reproche;
de soledad que sangra de uno mismo
hasta llenar de dobles la memoria;
de muerte cuya cumbre está en su abismo
y en los pueblos del polvo su alta gloria
(e incluso así se mella su victoria
a la voz del Señor resucitado).
Muy joven la canción
nos cuenta del porfiado
silencio como hipérbole a la nada.
Nos cuenta de las horas sin razón,
que al estar inmadura tal canción
solo nos sirve para ornar la sed
y el clamor de una boca desamada.
Boca por otros labios relegada
a la vergüenza de besar pared.
21 de mayo de 2024